jueves, 9 de junio de 2011

Todas las pérdidas son dolorosas

Nos encontrábamos sentados uno al lado del otro. La espalda bien apoyada en el respaldo del sofá, las piernas juntas y las manos posadas delicadamente sobre las rodillas. Nuestra expresión facial delataba nuestro sentimiento de tristeza, sufrimiento, agonía ante la pérdida de lo que amábamos con todas nuestras fuerzas. El día era nublado y el cielo se desprendía de algunas gotitas de agua que no cabían en las nubes. Aquel sábado celebrábamos las últimas migas que los abuelos cocinarían antes de volver al pueblo tras un mes de estancia en su piso. En la reunión habían mezclados familiares por ambas partes: materna y paterna. Todos ellos deslumbraban la armonía que no teníamos nosotros dos. El tiempo transcurría entre personas que caminaban de un lugar a otro de la casa sin cesar. En una velada tan agradable como aquella tenía que ser, la gran sensación de vacío evocaba en nuestro interior. Rodeados de muchas personas pero ninguna nos llenaba el hueco que necesitábamos completar, nos sentíamos realmente solos. Poco a poco, el salón se fue despejando (unos salieron a pasear, otros quedaron tomando las últimas copas). Esa tranquilidad nos permitió indagar más en nuestra pena. Claro que pensaréis, ¿de dónde provenía ese sentimiento amargo? Bien, ocurrió una semana antes. Los dos habíamos perdido algo amado, algo que durante mucho tiempo había llenado nuestro interior de forma trascendental, lo esencial para continuar adelante. Con ello, daba la sensación que se nos escapaba todos los momentos felices, vitales, horas y horas de risas, recuerdos, sentimientos inexplicables. Como veréis, es muy grande lo que habíamos perdido unos días atrás. Por supuesto, lo que uno y otro perdimos no era lo mismo, aunque sí era la misma nostalgia dura y amenazadora la que dominaba nuestro cuerpo. Ya teníamos los ojos entelados de lágrimas, los programas de la tele corrían sin cesar y nosotros necesitábamos sentir que aun seguían a nuestro lado, que nunca se habían efectuado tales pérdidas. Notábamos en nuestro pecho la aflicción de un taladro perforador. Buscábamos consuelo de aquello que fue arrebatado. La hiperventilación se hacía cada vez más intensa, el cielo continuaba encapotado, incluso llegué a notar jadeos acongojados. La lluvia, elemento que anteriormente nos acompañaba en los momentos mágicos, cuando no se podía salir a la calle y decidíamos acurrucarnos en la compañía de aquello que tan solos nos había dejado en este abismo de ahogo donde nada tiene sentido hasta que vuelva de nuevo aquello que tanto amas y que tiempo atrás se dejaba ser amado. En un chispeante centello de los ojos las lágrimas brotaron sin dar opción a ser contenidas, definitivamente, aceptación: te echo de menos y me veo incapaz de seguir viviendo sin ti. Estos sollozos llenos de lamento nos hicieron volver en sí, para limpiarnos los ojos mojados y entonces nos encaramos, nos miramos uno al otro. Ver tanto disgusto en un pequeñín de cinco años me llamó la atención, sin darme cuenta, estaba viviendo la soledad en compañía. En ese momento en que descubrí que los dos sentíamos el mismo pesar me lamenté de no haber abandonado mis problemas para socorrer a la tristeza de mi niño y acto seguido le pregunte con voz trabada:

- ¿Por qué lloras, primito?

Y el niño, con voz desolada y triste, inmerso en la depresión más profunda me miró, suspiró como aquel al que le acaban de romper el corazón y respondió con la voz entre cortada:

- Es que la semana pasada perdí mi película del Peter Pan y no la encuentro…

En un primer momento, me pareció una incoherencia que sufriera por eso, tan pequeño en comparación con lo que me faltaba a mí, pero seguidamente recapacité y sentí que cualquier pérdida es dolorosa, así que para intentar tranquilizarlo respondí:

- No te preocupes príncipe, la película volverá sola, cuando menos la busques, cuando te olvides que la has perdido, un día en los que estés haciendo vida normal, cuando vuelvas del cole después de haber jugado con tus amiguitos y pasártelo bien con la plastilina, aparecerá sin más.

El niño pareció tranquilizarse, aunque no parecía acabar de creerme del todo. Una semana después, nos volvimos a reunir. Mi primo parecía volver a ser feliz, como deberían ser todas las criaturas, pero yo continuaba arrastrando una carga muy grande en mi interior. Sin dudarlo dos veces, le interpelé:

- ¿Has encontrado ya tu película después de lo que te dije?

Y muy satisfecho de sí mismo y con gran energía contestó:

- ¡Zí! El otro día cuando volví del colegio estaba encima del sofá.

Seguidamente se fue a jugar y yo me quedé trastornada unos segundos, pensando si el consejo que yo misma le había dado a un niño pequeño tendría el mismo efecto en mi vida.

miércoles, 8 de junio de 2011

Una rueda del pasado y presente

Pronto serán las cinco de la tarde, volveré a mi casa y, un día más, estirada en mi cama y oliendo la mezcla de aromas que se mezclan los unos con los otros en mi cojín y, entre los cuales, uno destaca sobre los demás, separándose de todos ellos para introducirse por mis orificios nasales distinguiéndose y haciéndome comenzar a recordar los pasados meses. Cuando el miércoles por la tarde, a ésa misma hora, sonaba la melodía del timbre de la casa y yo, con gran ilusión, bajaba las escaleras y hacía girar la llave una vez, y luego otra más hasta que, finalmente, al otro lado, aparecía el rostro que para mí continúa siendo el más bello. Pero la diferencia es que ahora llegaré a las cinco, me tumbaré en mi colchón y esperaré a que suene ésa dulce melodía que en un tiempo me hizo ser la niña más feliz del mundo, aunque sepa que tal cosa no sucederá.

lunes, 6 de junio de 2011

Llum eterna.

Sí, ara mateix és així, per que jo caminava per un camí fosc, però sempre recte, gracies a alguns estels que l’il·luminen (els éssers humans que m’estimen i em recolzen) i fan que no em desviï per una vessant incorrecta, però de cop i volta apareix un sol, que il·lumina tot el camí, que resplendeix amb una intensitat extraordinària, que t’agafa la mà i et jura que no te la deixarà anar mai fins que s’eclipsa, el sol desapareix i, que ha passat? T’ha deixa’t anar la mà? Com pot ser? No ho sé.

Però llavors tornes a veure els estels que sempre t’han guiat i fan que no et desviïs de nou, tot i que, desprès d’haver viscut amb un sol que t’agafava la mà directament, sembla com si tot estigués més apagat que abans, com si els estels no brillessin tant, però brillen igual, el que passa és que tanta llum els havia ocultat i, quan aquesta llum se’n va, tot sembla que brilli menys...

Però com bé he dit, el sol és l’estrella eterna, mai s’apaga, ara no hi és i, com he mencionat anteriorment, és un eclipsa que l’ha amagat un temps, per tornar-me a ensenyar a caminar sola veient la gran brillantor dels estels, i tornar desprès per tancar aquest parèntesis i agafar-me de nou la mà per sempre. Llavors no veure el sufriment i tot haurà sigut una experiència.