Todas las personas nacemos con un profundo instinto humano: el de amar. Está claro que este verbo está muy desgastado, cada uno lo interpreta a su manera, es infinito e irregular. Pero centrémonos en ese tipo de amor que llega antes o después, pero llega. El que nos venden en las películas románticas, el que muchos buscan y no encuentran, el que hoy en día se hace llamar utopía. Los tópicos siempre apuntan a que todo acaba o nada dura eternamente, que toda causa tiene su correspondiente efecto, que en este universo infinito solo se encuentra finitud. Pues todas esas afirmaciones deberían romperse, ¿Por qué limitar esas historias de amor que tanto envidiamos a que solo sean la trama de un film? ¿Por qué no va a ser posible la existencia del “para siempre”? Todo nos invita a creer lo contrario, pero quizá no deberíamos conformarnos en aceptar esas invitaciones si tanto anhelamos ese sentimiento, un amor que se expande aceleradamente y no un amor que retrocede hasta quedarse perdido en la nada. De una forma muy injusta se generaliza que, para los jóvenes, amar es un pasatiempo. Eso no es creer en el amor, eso es sembrar la desconfianza entre las personas, romper sueños y deseos. Terminemos con las utopías en las que el planeta nos quiere hacer creer, por qué el que ama amar es libre y nunca siente perecer ese sentimiento ardiente e inestable, nos hace sentir la belleza indiscutible de la vida y se despiertan los sentidos que anteriormente estaban dormidos.
lunes, 7 de noviembre de 2011
Que las utopías se hagan realidad.
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